Mientras esperamos que las cosas sucedan por sí mismas, nunca sucederán a menos que Ud. decida hacer algo. Si diez, quince o veinte personas gritan al mismo tiempo ¿es posible escuchar gritos de auxilio repicando a nuestro alrededor? No, por supuesto que no.
El “alto ruido” “saturan el aire”, lo envuelve todo, desconcentra y oculta que ya no escuchamos nada, casi nada y a nadie. Mientras un deseo humanitario, que aún nos queda, se obturan y pugna por salir.
En una lucha desigual, cada persona soporta en su espíritu un constante bombardeo informativo, que paradójicamente se convierte en un estar desinformado. Hace tiempo que la mentira dejó de ser una mentira porque la verdad es solo “una simple narración selectiva de datos” que, si alguien quieres, se pueden quitar con el botón delete. Y la conciencia del bien o el mal es solo una falsa conciencia en demodé.
Sin embargo, al final del día, después de cerrar la puerta de nuestros hogares y apagar los dispositivos comunicacionales muchos experimentan “una indiferencia involuntaria” enredada con un sentimiento de autocomplacencia. Sin embargo, a media que transcurren los días, La angustia, la soledad, el vacío y la depresión crecen como musgos en un muro húmedo, mientras estamos cada vez más aislados y somos menos felices.
Hace unos días atrás una noticia que aparecida en la parrilla de un portal, que me golpeó profundamente. No fue la noticia principal ni el tema del día, pero fue perturbadora. Era casi una subnota, de esas que se publican porque deben darse y solo hay que esperar que se olviden lo más rápido posible. La nota decía: “Hallaron muertos a una madre y a su hijo en una casa de Villa Dolores- título-. Vicenta Castillo de 70 años y Marcelo Peñaloza de 45 años que padecía una discapacidad cognitiva y vivía por el cuidado de sus padres, en Villa Dolores, Córdoba.
Como dije más arriba, en un mar de noticias, el drama de la familia Castillo-Peñaloza navego pronto en el olvido. La noticia que dejó de serlo y quedó oculta de manera regia la pregunta por el sentido existencial de la vida y la muerte. No hay fotos de Vicenta Castillo, ni tampoco de Marcelo Peñaloza, solo una foto panorámica. Nada se sabe de ella, pero podemos imaginar que desde el mismo instante en que el médico le dijo como sería la vida de Marcelo, le prescribía también su propia vida. cada uno de sus sueños, cada deseo proyectado en él se hicieron añicos, mil pedazos sin nadie podría juntarlos más. Su vida cambió para siempre, su vida se clausuró en un segundo. Vicenta desde ese instante se ocupó de Marcelo. Pasó más de la mitad de sus 70 años al cuidado de hijo con discapacidad. Los últimos 45 años, algo así como 16.425 días o 394.200 horas que tuvo su vida, si es que la tuvo, se le fue yendo de a poco como mansas gotas de lluvia que deslizan con una hoja verde. Los años pasaron. El cuerpo comienza a no dar más, entonces uno tiene cierta certeza: la muerte, la muerte rondaba… Surgen preguntas, preguntas que muchos padres se hacen y nos hacemos en el silencio de la oscuridad y encuentran una respuesta concluyente: ¿quién se va a ocupar de cuidar de mí hijo, cuando no esté? ¿Quién miraría en el fondo de esos ojos y descubriría lo que esos ojos tristes hablaban? ¿Dónde sería recluido, al final? ¿Cuál sería el último rostro que miraría cuando sus ojos se cierren, al final del ciclo? ¿Quien? Alguien le dirá cada mañana que los amaba más allá de las estrellas que no se ven… ¿eh? Entonces ella, su madre, que lo sintió crecer en las entrañas de su cuerpo, que lo acunó cada noche, le rezo a la virgencita, y le conto cuentos fabulosos de como un príncipe encontró un asteroide y se enamoró de una rosa, en un acto de amor inconmensurable toda una terrible decisión jamás pensada: terminar con la vida de ambos. Dormir para siempre. Cerrar sus ojos. Llevarse a Marcelo en un último sueño con ella. Porque al final el día también cede a la noche. Los cuerpos dormidos fueron encontrados por su esposo, Don Peñaloza, un hombre simple peon de campo, ya mayor, quizás alguna vez ella mateando debajo del Algarrobo en el patio de su casa, en la Encrucijad, le susurro del su ultimo viaje. Esperando que el tata Dios los aguarde al lado de su madre…
Lector sabe que 12,9 % de la población está en situación de discapacidad. Esas familias viven un experiencia imposible, el Estado no cuidan a los cuidan. La nueva ley de Discapacidad duerme el sueño del justo. De que sirvieron las audiencias públicas en todo el país, solo fue una catarsis colectiva, pero padre, madre, familia pedimos por nuestros derechos y la situación que viven las personas en situación de discapacidad. Prometieron que se en agosto del año pasado, pero sigue durmiendo un mal sueño; mientras familias y las personas en discapacidad sobrevivimos. Los interpelo: ¿Realmente, realmente le importamos a alguien? Porque en verdad vemos indiferencia. Hemos presentado proyectos y notas a cada diputado y senador nacionales de nuestra provincia y nadie nos respondió. Ah, solo un diputado nacional, fueron dos líneas: haré todo lo que esté a mi alcance. Después nada más.¿Les impostamos?
Lo que vivimos los papás, las mamás y ellas y ellos, no se puede describirse. No hay forma de que la angustia o el dolor se digan con claridad. Y cuando hablamos nos escuchan y está nos dicien que tenemos razón… pero el río sigue su curso y el sol brilla y nada cambia. Pregunta, una vez más: ¿Qué propuestas, nacional, provincial o municipal destinada a extender derechos a las familias o las personas en situación de discapacidad Uds. Han escuchado?
En La sociedad del capital en la que vivimos ¿hay felicidad para todas y todos? Porque la felicidad parece ser para unos pocos, porque no abunda. El Estado podría hacer un poco, pero no cumple y la sociedad podría hacer algo más. Pero ni los buenos deseos ni los esfuerzos, con capacidad o discapacidad, bastan.
A veces lo único que la gran mayoría obtiene son migajas, migajas de ese extraño sentimiento que todos buscamos. Porque las familias y las personas en situación de discapacidad también buscamos la felicidad y la merecen. No sé si Vicenta y Marcelo lo lograron, deseo con todas mis fuerza que sí. Solo sé que ya no quiero seguir leyendo como fracasamos como seremos humanos: «Ningún hombre es una isla, ni se basta de sí mismo. (…) La muerte de cualquier hombre me disminuye porque soy parte de la humanidad; así, nunca pidas a alguien que pregunte por quien doblan las campanas; están doblando por ti»(John Donne)
…Dicen que Dios solo habla en el silencio y hace mucho, mucho tiempo que nos escuchamos.
Federico Figueroa, Córdoba 1 de agosto 2023